Escribo este artículo a modo de editorial, sin pretender ser un Arturo Perez Reverte de medio pelo, conmovido por el anuncio de la Lotería de Navidad de este año que acabo de ver en internet.
Una anciana cree haber sido premiada con el Gordo de la lotería de Navidad al ver en la televisión a los niños de San Ildefonso sacando las bolas y cantando el número que dibujaba su boleto. Solo que el vídeo correspondía al año anterior y ni siquiera era el día del sorteo, sino un día antes, el 21 de Diciembre.
La mujer, en su confusión, que solo puede comprenderse como un guiño hacia la demencia por parte de los guionistas, corre a celebrarlo con sus vecinos y familiares quienes, lejos de corregirla, reprenderla o frustrarse con su comportamiento, la acompañan en su fantasía y hacen que todo el pueblo participe de ella.
Me ha traído recuerdos. Situaciones como la de una anciana pequeña y entrañable que en una residencia de Valencia se levantaba de su sillón a cada rato y me preguntaba «- ¿Cuál es la siguiente parada?». Yo siempre la acompañaba en su viaje en tren y la informaba de que en breve llegaríamos a la ciudad. En mi papel de revisor podía relacionarme mejor con ella que como enfermero, participar de su mundo y conectar. Hacer lo contrario me habría desconectado de ella, la habría confundido, le habría generado sufrimiento.
Cuando el cerebro se degenera se altera la realidad, llega la confusión, se altera la personalidad. Eso es algo muy difícil de aceptar para los familiares que no reconocen a su ser querido, que lo buscan en la mirada y no lo encuentran. Es habitual ver a los familiares, frustrados, no aceptar esos cambios, discutir e intentar corregir a los enfermos.
Es una situación realmente dura la de ver «desaparecer» a nuestros seres queridos tal y como los conocíamos. Verles hacer cosas extrañas, comportarse con deshinibición, insultar cuando nunca antes lo habían hecho o comportarse de forma inapropiada. Pero este anuncio de lotería nos propone un camino que merece nuestra atención. El de aceptar a nuestro ser querido en la nueva situación y acompañarle en sus fantasías con todo el cariño y la paciencia que atesoremos. Quizás eso alivie su confusión y su sufrimiento, y quizás aprendamos muchas cosas de nosotros mismos en ese camino. Esa es la belleza de cuidar a otra persona.