Cuando somos jóvenes nos creemos invencibles, como si nada pudiera desafiarnos, hacernos daño o acabar con nosotros. En esta etapa de la vida tendemos a pensar que tenemos pleno dominio de la razón frente a personas más jóvenes y más mayores, y ocurre que, muchas veces, ignoramos la opinión de aquellos que nos preceden por dicho motivo. Sin embargo, el envejecimiento solo es prueba del paso del tiempo y aquellas personas a las que ya vemos mayores o camino de la ancianidad, saben mucho más que nosotros pues ya cuentan con la experiencia de todos sus años pasados y ya han vivido también esa época en la que creyeron ser invencibles.
El paso del tiempo es tan cierto como lo es que no somos dioses solo por tener juventud. Por ese motivo no debemos olvidarnos de que nuestros mayores son personas adultas y no niños pequeños que aun no han experimentado con la vida. Porque si ser joven se considera una suerte, más lo es aún llegar a la vejez, siendo consciente de que has superado miles de batallas y has dejado tu huella en el mundo de infinitas formas: a través de tus hijos, a través de tu trabajo y tu obra, de tu cariño, de tus ideas…Pero lo cierto es que el envejecimiento no se asume bien por parte del ser humano, en la mayoría de los casos, y tal vez esa sea la razón de que muchas veces se abandone el sentido de la empatía cuando se trata de aplicarlo con los ancianos. Como si no quisiéramos asumir que algún día también lo seremos y cerremos los ojos a una realidad que es la del paso del tiempo, totalmente ineludible.
Cerrar los ojos a la vida hace que nos perdamos las cosas que de verdad merecen la pena de ella, como es disfrutar del cariño de los que más queremos, conocer sus historias, aprender a base de relatos de experiencias o crecer con los consejos de los que más saben. Tal vez la clave esté en respetar a los ancianos y admirarlos por el hecho de serlo, y no sentir lástima porque ahora formen parte de la tercera edad. Debemos tener cuidado de no herir sus sentimientos, pues aunque ocurre que en esta etapa las personas no suelen esperar grandes cosas, sí esperan el amor de sus familiares, ese mismo amor que nos entregaron cuando nos llevaban de la mano porque no sabíamos ni dar un paso sin la seguridad de tenerles cerca y de sus cuidados. Sentir la misma alegría cuando estemos a su lado que la que experimentamos cuando estamos junto a un recién nacido, y enriquecernos de esa grandeza de la vida que nos permite compartir las horas y disfrutar de diferentes generaciones a un tiempo. Quizá deberíamos aprender de nuestra historia y de nuestro pasado, cuando se tenía a los más viejos como fuente de sabiduría y de inspiración, o de los niños, que saben que tener un abuelo es tener un tesoro.